Cada vez hay más niños
que crecen en las zonas urbanas. En el Paraguay, representan el 54 por ciento
del total de la población infantil. Las ciudades atraen de manera casi
hipnótica a las familias. Ante la infructuosa búsqueda de una mejor calidad de
vida ven en ellas una luz de esperanza. Sin embargo, ¿es realista afirmar que
en las urbes se vive mejor?
Es verdad que a
diferencia de las áreas rurales, las ciudades ofrecen mayores oportunidades de
acceso a empleos remunerados, a infraestructura, a los servicios básicos, a la
salud y a la educación. No es menos cierto que la demanda de estos servicios ha
crecido de manera considerable superando la oferta pública de los cascos
urbanos.
El resultado de este fenómeno social es la pobreza, el crecimiento de los cordones marginales, la mendicidad. La metrópolis se encuentra colapsada debido a su acelerado crecimiento demográfico.
El papa Juan Pablo II, líder influyente del siglo XX, destacaba el contraste que existe entre “la pobreza de muchos y la opulencia de algunos”. Las ciudades y sus niños son el reflejo más visible de esta realidad.
Mientras muchos
infantes disfrutan de las venturas de la urbanización con los lujos más
costosos, otros tantos, los famosos “niños de la calle”, deben mendigar para
sobrevivir. No tienen acceso ni siquiera a los servicios más vitales.
Con su informe sobre los niños urbanos en Paraguay, el Fondo de las Naciones Unidas para la infancia (Unicef) subraya que pobreza infantil ya no debe ser relacionada con el área rural. “Cuando piensen en pobreza, piensen en niños urbanos también” es la recomendación de la organización.
En el documento se estima que un 34 % de los niños pobres se hallan en las ciudades. Es decir, más de 450 mil niños que residen en las ciudades son pobres. Lejos de registrar mejoría, la situación de pobreza de la población infantil ha mostrado una tendencia ascendente en los últimos 12 años.
Es urgente elaborar
planes a largo plazo. Cada año la población urbana mundial aumenta en 60 millones
de personas. La urbanización no para, creando brechas cada vez más evidentes a
su paso.
Para solucionar este fenómeno social tenemos
varias opciones. Algunos autores apuestan a la reforma agraria. No descarto
esta opción, prefiero optar por una idea más novedosa.
Los estudios demuestran
que, en la mayoría de los casos, la migración se da en dos momentos. El primero
es cuando las personas van a asentarse en las cabeceras de los departamentos
(ciudades más importantes de cada localidad).
En un segundo momento, cuando estas urbes no tienen la capacidad de satisfacer sus necesidades se produce una nueva migración. Los pobladores dejan sus tierras de origen y se trasladan al área capitalina.
Para frenar la
aglomeración de personas en Asunción y en el departamento Central, se deben
fortalecer esas “cabeceras”. Reforzando los servicios que en ellas se ofrecen a
través de las municipalidades.
Los municipios deben promocionar aquellas inversiones que generen fuentes de trabajo. Deben ampliar los servicios de educación y salud. Por su parte, la administración central debe realizar una planificación territorial, descentralizar sus servicios y otorgar más presupuesto a las representaciones locales.
Descentralizar es la
clave. Para que los pobladores no precisen emigrar a la gran ciudad debe
existir una metrópolis capaz de saciar los apetitos en cada departamento.
“La pobreza de
muchos y la opulencia de algunos”
Juan Pablo II
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